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Desde la política, la ciencia o el arte, hemos de seguir aportando al cambio definitivo e irreversible que anhelamos. Y es hoy desde esta última esfera, el arte, desde donde las compañeras del colectivo “Desde la Mirada”, nos incitan a seguir pensando y actuando para terminar de una vez por todas con aquellas viejas representaciones de la mujer.
Impensable era que se caminase mano a mano construyendo Patria, por el simple hecho de que mientras los trabajadores luchaban por sus derechos, las élites políticas luchaban por sus beneficios. Hoy transitamos todos por un mismo camino: el camino del Buen Vivir, con un mismo objetivo que es la emancipación definitiva de nuestro país.
En América Latina estamos demostrando que las y los jóvenes somos capaces de impulsar las revoluciones políticas, sociales y culturales de este siglo, y que lo seguiremos haciendo desde abajo y a la izquierda, mandando obedeciendo y haciendo posible lo imposible, es decir, llevando la imaginación al poder.
Hace unos días celebramos en la Asamblea Nacional el recital “Una sola Patria”, en el que contamos con la presencia de la cantante argentina Lucrecia Longarini, acompañada de la guitarra de nuestro querido amigo Roberto Navarrete y del acordeón de Gabriel Tito Cuellas.
De las muchas leyendas de Guayaquil, hoy prefiero recordar la historia de amor y valentía del Cacique Huancavilca Guayas y de su amada compañera Quil, quienes sacrificaron su vida en las orillas del río que baña esta hermosa región y que, de alguna manera, refleja el espíritu guerrero y libertario de los guayaquileños y guayaquileñas desde su origen pre-hispánico, ese carácter revolucionario impidió el asentamiento efectivo de la ciudad de Guayaquil por años y marca la historia no solo de la provincia del Guayas, sino del Ecuador y de América Latina.
Para ti, compañero, hermano Evo, no solamente la solidaridad y mi apoyo incondicional en esta nueva agresión al pueblo Andino, sino también el cariño y admiración de una mujer en un mundo discriminatorio que estamos cambiando con el trabajo cotidiano, pues quienes tenemos estas responsabilidades ya no pensamos que tenemos el apoyo de “nuestro” pueblo, por que somos el pueblo mismo y nunca dejaremos de serlo.
Cuando era niña me parecía que la música de rondines y flautas bajaba desde el Imbabura revolcándose con el viento frio y aremolinándose en las esquinas de Otavalo bailaban el Inti Raymi (fiesta del sol), día y noche los gusanos de humo llevaban al cielo el olor a mote y chicha cocinada con la que cada casa recibía a los Aya Uma.