VERSOS DE LA AUSENCIA

Martes, 18 de septiembre del 2018 - 13:24 Imprimir

VERSOS DE LA AUSENCIA

 

AUTOR: CARMEN MERCEDES RIVADENEIRA BUSTOS

 

 

I

 

Hijos,

una espina profunda

me lastima

en vuestra ausencia.

Es el tiempo que se fue

con las mieses

que no pudimos

disfrutar

unidos.

El tiempo que se marcha

y no extermina

lo pútrido

de este ahora

que nos toca.

Que corroe con angustia

a la esperanza.

Que, no voy a mentirles,

salpica de inquietud

mis pensamientos;

porque,

perdón, perdón,

perdón;

porque me aterra

que el monstruo omnipresente

sorteando

sus innumerables garfios

les llegue

y los mutile.

Aquel monstruo insaciable

que pretenda

engullir los principios

que celosamente

cultivamos,

a cambio de prebendas.

 

Que les borre en la memoria

que el arribismo

es miserable atajo

que el cinismo

y la mediocridad

escogen.

 

Que los vuelva soberbios,

insensibles,

vanidosos.

Que permita

que abusando

de la oportunidad

de la ventaja,

los haga que mal miren

al humilde.

 

Que no les importe

su injustícima suerte.

Que solo aprovechen,

en despreciable gesto,

para engordar

el mezquino interés

contra

el de todos.

 

Hijos,

no quisiera decir;

pero trepido,

con tan solo la idea

de que mi vida

pueda volverse

un doloroso espacio

al que la tristeza

amarga

me condene

por si la condición

de ustedes,

entrampada

en la falta de solidaridad,

en el arbitrio

contra la justicia,

en el cálculo

que la fe lesione

de los crédulos

o que violente

en el cálculo

que la fe lesione

de los crédulos

o que violente

el sincero amor

de otra persona,

los torne

en indeseables,

enemigos de la raza humana

y de su entorno.

 

Hijos,

sé que la hipocresía

y la deslealtad,

la envidia, la ambición

y la falacia,

símbolos ruines de nuestra contemporaneidad,

jamás tendrán

lugar

en vuestro espíritu.

Perdonen, mis amores,

que me inquiete

y los aturda

con las cavilaciones

que me agobian.

 

Bien sabemos

que la buena semilla

que sembramos juntos,

con el amor

que en la distancia crece,

prodigará sus frutos

a la vida.

Que la limpidez

de vuestras actuaciones,

en enorme

y merecido respeto,

hará que brote

mi entrañable cariño.

 

II

 

Veo en el retrato

que en hilos del recuerdo

me encamina

hasta mi más delicada

e íntima fibra,

a tres amadas figuras.

 

Son,

una niña, mi única niña,

hoy mujer, de cabellos rizados;

la blandura enternecida

de mi hijo menor;

con treinta dias de nacido

entre mis brazos,

y desde luego

yo.

 

Mas,

tú, “mi mayor”,

tú, hijo,

no te encuentras.

 

Y mi memoria es inútil

para dar

con el motivo.

¿A dónde tu inquietud

te llevó

es ese instante?

¿A caso yo, tu madre,

te dejé en el olvido?

 

Tal si fuese

la jabonosa espuma

de tus juegos,

por asalto,

me crece la nostalgia.

Y una filuda lágrima

cae en mi corazón

al no verte.

 

III

 

esta mañana,

hijos,

descubrí

en el lugar preciso

para desbaratar

cualquier belleza,

la irrupción impertinente

de una enorme

espinilla.

Pero, entonces decidí

que, qué tanto

importaba

el soberano grano

que todavía más

disminuía

los escasos atractivos

de mi rostro,

aunque el pretexto

sirviera

a la fulana,

que a los años

me encuentra,

para decir con maldad

a las consabidas

reporteras de feminas

desgracias, que,

“qué fea está la sutanita,

lo que demuestra

que mal anda, la pobre”

si aquí nomás,

en la esquina,

sin tener que esforzarme

por caminar más cuadras,

Jesusita,

aquella niña pálida

que en ocasiones

ha venido corriendo

hasta la casa,

hijos,

se está muriendo de hambre,

igual que otras.

 

IV

 

Hija,

largas ternuras

le han crecido

a mis manos

y únicas voces,

suaves y viajeras,

ha creado

mi alma

para poder

mimarte

a la distancia.

 

Así,

cuando descansas,

las cosechas frutales

de esta tierra

endulzan

mis palabras

para hablarte,

en susurro,

de aquí,

de nuestra suerte.

Para que tú no olvides

ni la raíz ni el polvo

que te nutren.

Para cantarte

las canciones

que te arrullan

mientras mis manos,

ansiosas y felices,

revuelven,

como siempre,

tus cabellos.

 

Hija,

cuando el amor

me inunda

y nuevas creaciones

nacen

para achicar

distancias,

es que te pienso,

te nombro

y me transformo

en maga.

 

Y no hay vuelos

que no vuelen mis deseos

y con las aprendidas artes

puedo traerles o hasta viajar contigo.

Entonces

es que sientes

que vienes a tu patria

o que una sombra,

a tu costado,

y con tu vida,

amorosa

y sempiternamente

te protege.

 

V

 

Hoy,

cuando al descifrar

nuestro genoma

se ratifica

que sólo es una

la raza humana.

Que el peldaño

que separa

a la miserable

mosca

de nosotros

es el de algún

desliz

en la línea natural

del desarrollo.

Que, por tanto,

estamos hermanados,

más de lo que creímos,

con todos los seres

que a nuestro derredor

se encuentran.

Tú,

que piensas

que el color

de tu piel

o que tus rasgos

te ubican

por encima

de las otras condiciones.

Que estás seguro de

que nacer

aquí,

en la tierra

de exuberancia plena,

o allá,

en otros nortes,

te hace superior

y no solo

distinto.

Que el dinero

que tus padres

hicieron

te da

sitio de gloria

igual que la nariz

respingada

de tanto

olfatear

solo hacia arriba

buscando

a tus iguales

en el cielo.

Ven,

aterriza.

Estudia.

Si no entendiste

el idioma

de los mejores sentimientos.

Si eres

tan obtuso

para pensar

que aquesa situacion

que te obsequió

la vida

o te la diste

pisoteando

a otros,

te hizo mejor

que los demás.

Ven,

ejercita tu cerebro;

si no tu alma.

Prepárate

y así entenderás

las superiores causas.

De esta manera,

haz de evitar,

humano,

que en tu cabeza

lleves

lo que el fraterno

camarón,

como si nada,

va cargando

en la suya

eternamente.

Que aún faltaban

caricias que no dimos a tiempo,

que todas las palabras

que debieron

no estaban dichas,

que nos duelen

los besos mezquinados,

 

VI

 

Me voy descifrando

ante ti,

descarnada innombrable,

única certeza

entre los vivos.

 

No es a ti

a la que temo,

sino al sufrimiento

físico

que en tu antesala

inflijas,

y en ese espacio,

al agotamiento

de los cercanos,

a la impotencia

para alivianar,

al menos

a los nuestros,

los últimos peldaños

del cansino respiro.

 

Yo me descubro ahora

y ya sé que te acuso,

te reprocho,

me nacen fuerzas

para odiarte,

a más,

por la ausencia total

que ensañada

clavas

en el preciso lugar

de la existencia

sin que te importe

que aún faltaban

caricias que no dimos a tiempo,

que todas las palabras

que debieron

no estaban dichas,

que nos duelen

los besos mezquinados,

 

El servicio postergado

al que te le antepusiste,

que amamos y extrañamos

hasta la añeja,

empequeñecida

y evanescente imagen

en que nos convertimos

al caer de las hojas

de algunos calendarios.

 

¡Cómo repudio

tu indolencia macabra!,

tu inexorable disponer

que debamos recurrir

a los recuerdos

para insuflarles sustancias

a los que prontamente

te llevaste.

¡Vete, vete!.,

con tus vacíos

y tu gelidez

a cuestas.

Tu presencia

no es respuesta

que anhela mis pesares.

Hay demasiada ausencia

en ti

para aceptarte.

 

VII

 

Hoy se inauguro el invierno.

Afuera resplandece el sol,

y en el aire

las aves que se cruzan

derrochan melodía

de sus trinos.

Un par de niñas

con baldes y con palas

en sus manos,

cubiertas sus cabezas,

junto a sus padres,

dispónense

a disfrutar

de una esplendente

mañana.

Allá en la playa;

pero una lluvia torrencial

no cesa.

Por tu ausencia

llueve,

llueve

a cántaros en mi alma.

 

 

 

VIII

 

 

En mi ventana

florecen los geranios.

Los lazos de amor,

abundantes,

siembran

de rojo

la maceta;

sin embargo,

una sombra inefable

los opaca.

¿Acaso a ellos,

igual que a mí,

de un solo tajo

se les fue

la dicha?

Seguramente

a ellos,

como a esta alma,

tristezas infinitas

sembró

tu ausencia

en sus estancias.

 

IX

 

ya nunca más

tus manos

en las mías

ni el calor de tu cuerpo

retozando

conmigo

y en mi cama.

Ya nunca más.

Y aún, amando,

un mundo de conjuros

nos faltaba,

de esos que

con pasión

y en dulcísimas

ternuras

hacían

que nuestro amor

eclosionara.

 

X

 

Hoy recogí

mis triztezas

una a una.

 

Abrí un libro

de cuentas

y las dispuse

en orden:

Primero, las ausencias,

luego los desamores,

las traiciones,

las mentiras,

las calumnias,

los decires,

la salud desmejorada

de los míos,

la incomprensión,

la soledad acompañada,

los insultos,

las deudas,

las angustias

y ansiedades;

y junto

contabilicé

las dichas.

Los momentos de gozo

que son muchos,

la fortuna

que me dio

la vida

alumbrando mi senda

con tres hijos,

las manos amigas

que se tienden,

el cariño de la gente humilde,

los aprecios,

los respetos.

Y como de inventario

y cuentas

se trataba,

con ahínco

revisé mis arcanos

y encontré

una especial deuda

que aún tengo

conmigo

y con mi entorno;

pero, que no me aturde.

Enriquece con su fuerza

mi continuar andando.

Por lo demás,

parece que la siembra

se hizo a tiempo.

Parece que no tengo

saldo rojo

ni lo tienen conmigo.

Mas, como un nuevo

y acelerado sable

el corazón y la quietud

estúvolos despedazando

renegando yo

aun de las existencias,

he sentido vergüenza

de mi debilidad

de mi flaqueza

por los tantos dolores

que les suman

las tragedias diarias

a los que

sin esperanza

van sufriendo su sino,

hasta sin fe,

pero seremos.

 

Hoy contabilicé

mis dichas,

descrifré mis deudas

y recogí mis penas,

y para que no inquieten

el apacible transcurrir

que me propongo,

las guardé adentro,

muy adentro,

en la porción recóndita

de mi alma,

donde no estorben.

 

 

XI

 

A un niño dormido

te asemejas,

amor,

cuando acurrucas

tus luchas

en al urgido instante

de nuestro cálido lecho.

 

Tú no lo sabes,

pero un firmamento

apretado de estrellas,

luceros y una luna,

plácida luna

que te encanta

y ahuyenta a los temidos

agujeros negros,

en ese mismo espacio tiempo

te circunda

y se extiende luego,

para que los niños

que te habitan

jueguen con la pelota

hasta que su voz,

ternura,

recuerden

la “trauma”

que les brotó en el alma

al choque de sus sueños

contra el espacio corto

que resulta la vida.

 

XII

 

Niño,

esa enorme “tutuma”

de la que hablas

y me arranca una sonrisa

si te escucho,

te la hiciste

en la vida,

con tantos tropezones,

jugando a ser hombre.

 

Niño,

permite que yo

también ensaye

el encanto de traerte

a la pequeña

que te hable

de mares

y de trinos.

Envolveranse entonces

sus campos

y sus amplios

horizontes marinos

con la abundante ternura

desprendida

del gracioso membrete

que haz dejado

de la infancia

para las protuberancias

que se te alzan

por culpa

de tus golpes,

una a una.

 

Niño,

me conmueves

cuando narras

tus historias

y ninguna

aligera más mi alma,

a pesar de que sea

por causa de lesiones,

que si cuentas

de “tutmas”.

 

Criatura,

no sé si te prefiero

niño

cuando sueños

en el hombre

que me turba

y escucho la inacabable gracia

de las tuyas,

tuyísimas voces

que me arrullan.

 

XIII

 

Mírame aquí

nuevamente,

inseparable hermana,

fabricando alegrías

sobre el manto

añejo y siempre vivo

de mis necias

tristezas.

 

Mírame aquí,

radiante,

vigorosa,

siempre lista

para empezar

cualquier nueva batalla

que se venga.

 

Aquí,

reconóceme tú,

única hermana

caminante de mis días;

indomable,

desbaratando

perverso conjuros,

haciendo añicos

las rocas

que se pretendan

derrotar

mi fortaleza.

Aunque indomable

sea,

a fuerza de hospedarse

en mis adentros,

a fuerza.

 

XIV

 

De los demás,

invariablemente

me dolieron

las congojas.

Por ello,

desde siempre,

en la sensible

fibra de mi pena

hay un torrente solidario

acumulado

por el llanto ajeno

que la aflicción

produjo.

¡Pero, Dios!,

hay uno,

un llanto;

madre,

perdóname

que no sea el tuyo,

que se quedó estancado.

Especialmente

del corazón dolido,

en lo profundo;

en la más triste memoria

de mis lluvias,

en la luminiscente

penumbra

del dolor sembrado.

 

Es el llanto,

siendo infante,

de mi hijo mayor.

Pegado a los barrotes

del pequeño balcón

de nuestra casa,

llovíase todito

y me llovía

mientras,

aquella tarde,

iba a cumplir

yo

con el dictado

de mis clases

que entonces me pesaron.

Que me significaron

un fardo inconcebible

de tormento

en la inutilidad

para salvarlo al instante

del vía crusis

que pudiera

infligirle

otros.

 

Hijo,

excúlpale

a tu madre

su partida.

 

En sus agobios,

tu llanto

de esa tarde,

todavía más

le lacera

el alma.

 

XV

 

Ayer,

de repente,

al mirar los retoños

de la generación tercera

comprendí que ya,

prontamente,

nos hicimos

mujeres.

 

Nos hicimos

mujeres.

Y entre los pliegues

de la tez madura

abundosas

aún florecen

mocedades.

Y entre las hebras

que la plata

tiñe,

todavia,

inamovibles,

anidan los sueños

que desde

los viejos

nuevos tiempos

de las revoluciones

alentó

la esperanza socialista.

 

Amigas,

doblamos la esquina

al salir del aula,

y en un respiro,

en medio

de tristuras

y de dichas

nos vinieron

los hijos

y a poco

los nietos.

 

Por eso

a la frescura

se le escapó

su tiempo

de partida .

 

Y se quedó

rondando

nuestro espacio.

 

Y se quedó

asida

a nuestro espíritu.

 

 

 

 

Carmen Mercedes Rivadeneira Bustos
Asambleísta por Esmeraldas Otros Movimientos

Asambleísta por la provincia de Esmeraldas | Integrante de las Comisiones Del Desarrollo Económico, Productivo y la Microempresa y de la Comisión de Fiscalización y Control Político | Visita mi perfil

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