Entre 1895 y 1896, el escritor polaco Henryk Sienkiewicz escribió la novela “Quo Vadis”, que quiere decir “¿A dónde vas?”. Esta se ambienta en los últimos 6 años del gobierno del emperador Nerón, y aparte de la fábula que contiene la historia, relata algunos hechos relevantes, como el incendio de Roma o la persecución contra los cristianos.
Este título ha sido utilizado por diferentes científicos sociales y líderes de opinión, para hacer referencia hacia donde va una sociedad en un momento determinado.
Y en el caso del Ecuador, esta es pertinente para los tiempos que vivimos.
Después de 3 semanas de paralización, incertidumbre, violencia y hartazgo por parte de la ciudadanía, el gobierno nacional y la CONAIE decidieron llegar a un acuerdo, que incluye la reducción del precio de los combustibles, la derogatoria del decreto ejecutivo número 95 y la modificación del 151.
Estos dos últimos están relacionados con dos actividades económicas fundamentales para el país, la extracción de petróleo y la minería.
Estas decisiones afectarán sin duda el presupuesto del Estado. Por un lado, se destinarán más recursos para financiar el subsidio a los combustibles con un valor cercano a los 350 millones de dólares, y habrá que esperar cuál será la nueva política petrolera en un contexto donde cada vez se hace mayor énfasis en la transición a energías limpias.
De igual manera, es importante evaluar el impacto del acuerdo entre el gobierno y el movimiento indígena para las inversiones mineras. El país posee un potencial enorme en esta materia, y es necesario tomar en cuenta el desarrollo de nuevas tecnologías que permiten un aprovechamiento de estos recursos con un impacto menor sobre el ambiente.
Pero la dimensión económica de los resultados de la negociación no son la única arista a la que debemos dar seguimiento. Tal vez, la más importante es la fractura de la sociedad ecuatoriana, misma que se hizo evidente en los discursos racistas y de polarización.
Este tema es muchas veces invisibilizado, o muchos consideran coyuntural. Pero es justamente en hechos como el paro nacional donde estos síntomas se hacen presentes, manifestando un problema estructural que no ha sido atendido por ningún gobierno, y que cada vez más se parece a una bola de nieve.
Si no se presta atención a estas fracturas, la sociedad ecuatoriana corre el riesgo de una división mayor, siendo el caldo de cultivo perfecto para el aparecimiento de líderes que exacerben el conflicto, en lugar de apaciguarlo.
A esto se suma una violencia sin precedentes en la protesta social, misma que la deslegitima y preocupa. Las capacidades operativas de ciertos grupos que claramente disponen de recursos y entrenamiento para enfrentarse contra las fuerzas del orden, deben ser observadas y tratadas por parte de las autoridades para desarticular a cualquier grupo que pretenda en el futuro arrebatarle el monopolio del uso legítimo de la violencia al Estado.
¿A dónde vamos, Ecuador? Debe ser no solo un cuestionamiento, debe guiar de manera urgente el trabajo de quienes diseñan, implementan y evalúan políticas públicas. Debe obligar a la academia a realizar investigaciones sobre estos temas, y debe clarificar el país al que queremos llegar.
No debemos perder más tiempo, debemos hacerlo ya.
