El 14 de mayo de 2025 empezó temprano para mí. A las seis de la mañana ya estaba lista, con el corazón agitado y la mente en calma. Sabía que ese día no era uno más: en juego no solo estaba una votación, sino una forma de entender la política, de hacer las cosas distinto.
Horas más tarde, con 79 votos a favor, fui designada Primera Vicepresidenta de la Asamblea Nacional del Ecuador. Lo viví con gratitud, con humildad y, sobre todo, con una conciencia clara: este cargo no es un título, es una herramienta para servir.
Ser la Vicepresidenta de la Asamblea no es un reconocimiento personal. Es un llamado a asumir la responsabilidad de conducir, desde dentro, un cambio de actitud institucional. Es saber que cada sesión, cada debate, cada palabra dicha o callada en el Pleno, afecta la vida de millones de personas.
Desde el primer momento, me propuse algo claro: acercar la Asamblea a la gente. No con discursos bonitos, sino con acciones firmes. He dicho y lo repito: no vengo a adornar la Vicepresidencia; vengo a usarla para abrir puertas, para tender puentes donde otros prefieren levantar muros, y para defender con firmeza aquello en lo que creo.
Bajo la presidencia de Niels Olsen —con quien compartimos una visión de renovación política— tenemos la oportunidad de consolidar un liderazgo que no se esconda detrás de los viejos formalismos, sino que se haga cargo de lo urgente: generar resultados.
Mi compromiso es claro: impulsar leyes útiles, fiscalizar con valentía, y hacer de este espacio legislativo un lugar donde la gente se sienta representada, no decepcionada.
Desde ese 14 de mayo, cada día me levanto con la misma convicción: trabajar para que la política sirva a la gente.