Pedernales. El ruido de los helicópteros que despegan y aterrizan ensordece. Los grandes canchones del Fuerte Militar de Portoviejo resultan pequeños para recibir las donaciones que llegan de todas partes del país. El trabajo no se detiene, se escuchan voces de los militares que dan órdenes a los voluntarios, que en decenas arriban hasta Portoviejo, Manta y Pedernales, tres de las ciudades azotadas por el terremoto del pasado sábado.
Julia Ramos es la corresponsal de la Televisión Española en el Área Andina y aunque está acostumbrada a cubrir este tipo de noticias, lo que vio en Ecuador le impactó. “Uno siente tanta impotencia de ver a la gente desesperada por encontrar a sus familiares o por conseguir cosas elementales como agua y no puedes hacer nada. Pero es increíble ver la forma en la que el pueblo de Ecuador reaccionó ante este desastre. No es lo mismo vivirlo que verlo por televisión, es una gran tragedia”, dice, mientras responde el celular para hacer un informe en vivo para la TVE.
El ajetreo no termina. En Portoviejo hay más de mil militares de diversas divisiones, que unen fuerzas para canalizar la ayuda humanitaria. Están en las seis provincias afectadas por el terremoto y suman más de 10.000. Para ellos parece no existir descanso, noche, hora de comer, simplemente no paran más que 120 minutos en la noche, hasta que una voz en el cuartel empieza a dar la orden de hacer filas, pues la jornada termina a las 02:00 y empieza a las 04:00 para la mitad de ellos.
Gobierno no baja la guardia
El Gobierno hace su parte. El presidente Rafael Correa se mantiene en constante vigilia. Sus ministros igual. Ellos están repartidos por zonas con el objetivo de que las labores se hagan de forma coordinada. “Estamos movilizamos, no es momento de descansar, hay que arrimar el hombro para que esta situación termine pronto. Sabemos que para recuperarnos tomará tiempo, pero lo vamos a lograr”, dijo Betty Tola, ministra de Inclusión Económica y Social.
Mañana, desde la Asamblea Nacional llegan nuevos brigadistas que relevarán al equipo de casi 100 que están en la Zona Cero desde el lunes al medio día. “Es momento de unir fuerzas y mientras nuestros hermanos que viven en las zonas del desastre no vuelvan a la normalidad, no podremos descansar”, dijo Gabriela Rivadeneira.
Por ahora, tanto en Pedernales, como en Portoviejo, Manta, Jama y las demás ciudades y pueblos costeros afectados nada es normal. Los habitantes empiezan a acostumbrarse a ver pasar cofres fúnebres, a sentir el mal olor en el ambiente y a unirse a cualquier actividad que signifique ayuda.
Manta paralizada
En Manta la noche se convirtió en una tortura. La zona de Tarqui, que es la parte más afectada y donde estaba el casco más antiguo de la ciudad, prácticamente está en escombros. No existe electricidad y solo quedan restos de mueblería, mercadería, postes partidos en dos y rótulos de comercios que fueron íconos del lugar que hoy están al nivel de las veredas.
La atención se centra en el que alguna vez fue el edificio Navarrete. En ese lugar funcionaba una imprenta y una papelería y la noche del terremoto estaba con gente que compraba los útiles escolares para la entrada a clases de sus niños. En el sitio trabajaban más de 50 personas y los familiares temen que empiecen las labores de demolición sin agotar los esfuerzos para encontrar a alguien con vida, aunque los rescatistas que están en la zona, no tienen muchas esperanzas de encontrar más sobrevivientes, pero hacen todos los esfuerzos por agotar todas las posibilidades de hallar vida.
Con el pasar de las horas las ciudades tratan de volver a la “normalidad”, aunque por el momento eso resulta imposible. Solo esperan que la ayuda no pare de llegar, pues necesitan de todo para salir de este duro trance.
MC/pv