La libertad, como valor de las sociedades occidentales, lleva en el imaginario colectivo desde hace 233 años. La revolución francesa permitió su configuración como principio de convivencia entre los seres humanos, acompañada de la fraternidad y la igualdad.
A lo largo de la historia se ha discutido mucho sobre el significado real de la libertad. Podemos entenderla como la capacidad de los individuos de orientar su voluntad hacia el desarrollo de su proyecto de vida, teniendo como única restricción la libertad del resto.
Ésta se debe ejercer de manera individual, pero a nivel colectivo deben existir las condiciones necesarias para hacerlo. Por lo tanto, el Estado y la sociedad deben garantizarla para todos.
Sin libertad, ninguna acción humana sería posible. Por ejemplo, la economía no podría desarrollarse si no le permitimos al individuo potencializar sus ideas, y actuar libremente para intercambiar bienes y servicios que lo beneficien a él y a quienes viven en su entorno.
Los intelectuales pueden investigar y reproducir sus reflexiones y descubrimientos si lo hacen sin coacción. Con libertad, la ciencia ha podido avanzar y así mejorar las condiciones de vida del ser humano.
No podemos entender la democracia y la evolución de la política moderna sin libertad. Sin ella, desconoceríamos por completo la libertad de expresión y asociación, condiciones elementales para la organización social, los partidos políticos y la competencia por el poder.
El arte no podría manifestarse, ni los seres humanos movilizarse. Sin libertad nada somos, ni nada podemos hacer.
Estas semanas, en las que tanto énfasis hemos hecho sobre la gesta libertaria del 24 de mayo de 1822, mantengamos el compromiso por defender, promover y proteger la libertad como un valor supremo. Que nada ni nadie nos arrebate este precioso valor, cimiento de sociedades fraternas, equitativas y solidarias.
